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sábado, 12 de marzo de 2011

El trabajo de un verdugo.


El mal sabor en la boca pronosticaba el día. Se despertó ya levantado, armado y sin nada de sueño se dirigió hasta la oficina. Su oficina era el otro cuarto. Se sentó pensando en precipicios, así siempre es el principio de los cuentos más horrendos antes de ser hermosos, más de lo debido. El destino que con el sol por la ventana, el café en la taza, y el silbido en los pulmones, acompañaban de corrido el recorrido de sus dedos. Lo llamaba desde temprano con el pecho lo sufrido, con el poco viento digerido, sintiendo que el aire, junto con todo lo tenido se habrá ido mañana. Tenía que hacerlo de una vez, lo vio dormido. Tenía que liquidarlo.

Lo notó ensimismado mirando en la cuneta una colilla de cigarrillo, lo observó mirar a todos lados. Fingió rascarse un tobillo, lo recogió del piso y se lo puso en la boca, buscó ansioso por todos lados un fósforo, no lo encontró y se derrumbó como si él mismo fuera una colilla de aquel edificio fumador que al pisarlo exhalaba por su larga chimenea. El edificio parecía pisarlo con sus grandes columnas, hasta extinguirle el fuego dentro, apretado contra el suelo teñido de smog, y pequeños remolinos. Prisionero más que de un vicio, era reo de su vida, que no parece vida si la comparan con el resto. Se hizo diminuto en la pared, nadie lo veía.

Le iluminé la cara con un encendedor, el sonrió y me consideró su amigo. Yo no cambié mi rostro, estaba serio. El no sabe que soy junto al fuego su verdugo.

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