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jueves, 28 de enero de 2010

Buscando el reino en este mundo


Estuve buscando por horas una opinión de Haití. Recorrí largas filas de garabatos religiosos, y repasé desde la derecha extrema, hasta la izquierda nihilista.

Los derechistas, sólo pueden meter a Dios en el análisis. Pero igual lo analizamos todo con Dionisio y Apolo, o Álvin y las Ardillitas, y logramos lo mismo. Todo lo que diga una iglesia, será la palabra de su CEO, en búsqueda de hacer dinero en nombre de Dios. Que mejor ejemplo que Mister Pat Robertson para convencernos.

Con los análisis de la izquierda, sólo repasé la historia, y los sueños revolucionarios. Pero la historia se fue, y la revolución no ha llegado, así que en el medio empecé a buscar por el ahora.

Haití eso sí, tiene su gran historia revolucionaria, y sus grandes derrotas. El mundo los castiga por ser negros, y por haber osado ser revolucionarios.

El proceso revolucionario de Haití la condenó. Fue el primer estado auto liberado de la condición colonial esclavista en América a finales del siglo 18. Y duró poco el sueño de libertad racial y de autodeterminación, por la misma razón que duró poco el primer monstruo de Frankenstein.

Haití sentó las bases de la liberación de los esclavos, de la liberación de las naciones, de la liberación de la explotación, y crearon la alternativa de un sueño. Cuando rescató su vida el haitiano, el mundo entero pensó que ese esperpento no merecía vivir. Así fue que se desterró a Haití del mundo.

Todo ascenso social, es un acto contra natura en la esencia del poder, y en las bases de los gobiernos y los estados. Hoy día el ascenso social define en parte la libertad capitalista, pero en las colonias de la época del Haití revolucionario, regía una economía esclavista, con grandes tradiciones feudales y de explotación mercantilista.

Para esa sociedad, los negros no eran humanos, así que considerarlos ciudadanos era casi imposible. La auto-emancipación inventó una nueva condición de clase, porque ascender con el reclamo de independencia, era un atentado a la interpretación del mundo, interpretación que estaba y está incrustada, en la ley de los hombres y la “divina”.

Desde el punto de vista del conquistado, Dios nunca ha sido una buena compañía para los imperios. Sin embargo, el lazo entre religión y política de estado, trajo el tercer elemento con el que se tomó la decisión de decomisar a Haití. Haití es hereje, practica religiones paganas y es por su creencia en deidades y seres malignos, entre otras calificaciones, que recibe su castigo y maldición.

Actualmente se calcula en un 80 % la población Cristiana-Católica en Haití, pero eso no parece cambiar la opinión de gente como Mr. Pat.


La religión administra en la tierra el mundo de después de la muerte. Lo controla con todo lo que eso implica. Se basa en un libro con ideas primitivas, fraguadas en el tiempo y la tradición oral, que se depositaron en una antología de hombres, que para colmo decían que hablaban directamente con Dios allá por la edad de bronce.

La religión es conservadora y dogmática. Su ley es un libro, que es la base de su poder político. Su mundo es estático, y por lo tanto sufre peor las derrotas, porque significan el fin de su existencia de poder. En el siglo 18 igual que hoy, escribían la ley los dueños de los medios y productos, y la iglesia cobraba por sus consultas en el proceso. Estos dueños del mundo, no pudieron tolerar a los haitianos antes, y no los pueden tolerar tampoco hoy.

La iglesia quiere salvar a Haití, pero el mal de Haití no es del espíritu. Su invisibilidad es por su ausencia de la economía mundial. Es el gran barrio pobre y desplazado del hemisferio. La iglesia no sólo no puede producir nada que alimente a los haitianos, si no que ha destruido también el empuje de la supervivencia con su doctrina del más allá, y su triste consuelo. Más que ayudar, la iglesia en Haití a destruido las fuerzas de lucha y su esperanza en la vida.

La religión atrasa. Y cuando ha sido progresista lo ha sido porque no tenían otra opción, porque funcionan como mercaderes y administradores del poder social y siempre es difícil perder el poder. Por eso es que la historia pone a la religión a completar el circo de tres pistas, junto al ejército y las empresas.

La iglesia católica domina la sociedad haitiana. Una religión que conquistó y liquidó a muchos pueblos para poner la ley del blanco, no se puede vender a menos que sea mintiendo. Es imposible que la iglesia pueda convencer a los haitianos de un dios blanco que les quita a ellos, para darle a “otros”, sin desmoralizarlos, desarticularlos, exprimirle la voluntad y desaparecerles la existencia en el proceso.

Haití se desbancó y quedó aislada por su origen como colonia esclavista, y por la necesidad que satisface el racismo en ese tipo de economía de explotación.

Haití supo ser un país rico, pero no fueron los negros los ricos. Por haber sido el primero y estar a la vanguardia de la economía de la explotación esclavista, hoy es el último[1]. En Haití, de una economía esclavista, se pasó a una economía sin esclavos

No es casualidad que la nación más pobre de América, sea también negra. Haití ha sido explotada por el racismo internacional. Su origen de colonia esclavista auto liberada en la pobreza, ha sido la única maldición histórica de Haití.

Su trayectoria fue común a las de las demás antillas, pero en grande. Primero se explotó hasta el exterminio a los indígenas. Se repobló de negros africanos para hacer una gran plantación esclavista, y se manejó como una prisión.

Cuando se liberan, lo hacen en las peores condiciones de existencia, con una identidad invisible, con una debilidad social y con las carencias que arrastra un esclavo. Los esclavos sólo podían recurrir al liderazgo mezquino, generado por la disminución psicológica que provoca la esclavitud.

Sin embargo, la vida en Haití no la crearon los haitianos, la creó un sistema económico en su más desfachatada expresión de éxito dentro de su propia definición. Todo lo que tenemos hoy bajo la lista de grandes logros modernos de la humanidad, vino de la acumulación de riquezas que permitió la esclavitud.

En otras palabras, Haití heredó su descalabro, como las potencias capitalistas heredaron su poder. La sucesión de sistemas y de poderes políticos mundiales, mantuvo a Haití en su puesto. Y el lugar de Haití es el de cargar la esclavitud. Se convirtió en la cárcel de la revolución, en el castigo por desobedecer, en el ejemplo para aquellos que quieran retar a Dios, y al Estado.

Hoy EEUU y el mundo capitalista deciden rescatar Haití, ignorando que en sus propias patrias la libertad y la justicia son definidas a partir de los intereses del mercado: la libertad significa acumular riquezas y la justicia es la que defienda a la propiedad privada, y que esos valores son los que están castigando a Haití más que un terremoto.

Me pregunto con honestidad: ¿cuáles podrían ser los intereses de EEUU en ese lado de la isla? ¿Pagar la deuda histórica? ¿Colonizarla?

¿Cuándo se está en el fondo como Haití, convertirla en “colonia” (o cualquier condición parecida), sería un acto reaccionario? ¿Estados Unidos podría, querría o debería, administrar Haití? ¿Qué significaría en el presente, controlar un país que no produce? ¿Será caridad, especulación en un mercado de bienes raíces, vergüenza, o tomar responsabilidad?

La importancia de un individuo, o una nación, está dada por su relevancia y contribución al mundo. Su valor depende de la necesidad que se tenga de ellos. Cuando Haití casi desaparece por sufrir de terremotos, está definiendo su posición en el “pecking order”, pero lo mismo está haciendo EEUU con su pretexto de caridad.

La gran nación está en crisis. Siguen buscando para donde expandirse, y se van moviendo a dimensiones cada vez más inútiles. ¡Inventan un producto, y luego, alguno otro para que decore y acompañe al producto inicial, y después otro para el producto sobre el producto! El mercado no encuentra como crecer.

Para ser una economía que necesita compradores y expansión, sólo ha conseguido tener gente produciendo cada vez más, a cambio de cada vez menos. El tipo de trabajador que crea, no consume porque no pertenecen al país que enriquecen, y/o ganan una porquería de dinero.

Entre esos explotados está Haití como ciudadano y país, condenada a la inestabilidad, porque es un terreno sin nada negociable. Haití no tiene nada que ofrecerle al mundo capitalista.

Haití es un país explotado y abusado. Ha sido invadida por los Estados Unidos para colocar dictadores que administren los intereses de empresas norteamericanas. Apenas 20 años atrás EEUU estuvo involucrado en el golpe de estado de Cedrás, cuando Aristide intentó, entre otras cosas, aumentar el salario mínimo en el país.

Yo que soy un trabajador malamente empleado en una sociedad en crisis, me relaciono con Haití de otra manera. No pienso que con canciones y conciertos, o mandando mensajes de texto para donar 10 pesos y liberarse de la conciencia se ayuda a un país devastado por el capitalismo internacional. Haití necesita ser importante, necesita un rol en el mundo. Y sugiero para comenzar, que represente los valores que le dieron la existencia y la castigaron.

Haití debe saber que es un prisionero político en un mundo sin fronteras. Que si el mundo los trata como basurero, es porque el mundo sólo sabe generar basura. Deben saber que el estado es de los ricos, y que lo que puedan dar ellos no es nada si lo compara con los diez pesos que usted donó, y que le costaron más de dos horas de trabajo.

Deben saber que representan el valor para la lucha, que simbolizan la resistencia en las condiciones más precarias, y que si fracasan es por culpa del resto del mundo. Tenemos que reconocer que lo que creó la miseria de Haití, está en toda institución de nuestros propios países y gobiernos.

Considero que el donativo es un acto hermoso, y lo respeto. El quedar conmovido es el primer paso para reconocer la humanidad en otro. Aprovechemos este contacto directo con nuestro archipiélago humano, con nuestra casa en común, y brindemos un proceso serio de cuestionamiento y confrontación a los ideales y las prioridades de nuestros propios estados y de nuestras leyes.

Para abrazar a Haití más allá de un concierto, necesitamos quitarnos el sistema que considera sólo importante aquello de lo que pueda beneficiarse unilateralmente. Nuestra economía es caótica, y con sus prioridades, crea los valores en donde Haití desaparece.

Debemos cambiar las leyes que justifican la explotación y la producción desorganizada. Debemos tomar control ciudadano de los recursos, salir de la producción para el enriquecimiento, y entrar en la de satisfacer nuestras necesidades.

También y sobre todo, deberíamos dejar de pensar en la vida después de la muerte como parte de la vida, y parafraseando a Alejo Carpentier cuando habló de los revolucionarios haitianos, hacer que el reino de los cielos se haga en este mundo. Esto nos ayudará a lograr el cambio que necesitamos, porque cualquiera puede ser Haití.


[1] Resalto el aspecto de ser el primero, porque la estructura de la transición tras el conflicto de un sistema con su competencia – lo que Marx llamó sus contradicciones internas – no parecía existir dentro de Haití. En Haití no se destruyó una economía esclavista para poner una economía industrial al estilo de otras naciones. Aunque sí existían ejemplos en otras partes del mundo, en Haití el sistema de producción que sustituyó la esclavitud no fue mucho mejor que la esclavitud. El país era principalmente negro así que el racismo que creó la esclavitud, tampoco permitió el mejoramiento social de los individuos liberados. Buen ejemplo lo hace EEUU, en donde se necesitó una segunda revolución para elevar la calidad de vida del ciudadano negro – esa revolución fue la lucha por los derechos civiles.

miércoles, 20 de enero de 2010

Espejismo

( O de cómo sobrevivir la vida en menos de 10 actos )


I El yo despoblado

Qué le digo al ego desterrado

Para que tema del desierto y asuma un amo.

Qué le tengo que decir al ser en mí desamparado

Para inventarle la eternidad a sus treinta y tantos años.

Cómo hay que decirle a la razón para arrebatarle la memoria de las manos...


II El yo y la reverberación

Qué hay que ponerle al tiempo,

para que aquí por dentro,

sepa que saldar con latidos lo debido

no es el peor contratiempo.

Qué verdad le falta a lo celeste,

Para que me ponga la eternidad

a prenderme por el fuego.

Con qué hay que prendar lo universal,

para que cuando pierda los medios,

no se le caiga la humanidad,

pero se redima de sus sueños.

Con qué miedo hay que dibujar para esbozarse el cielo dentro.


III El yo y su relleno

Qué talento debo estudiar sin pensamiento,

para rebozar sobre los pastos lentos del firmamento.

Qué elemento hay que unir al suelo viejo,

Para esfumar la gravedad que carga sus cuentos diestros.

Cuál carta astral hay que trazar

Para que los soles de mi boca borren sus horóscopos siniestros.

Qué montura hay que llevar,

para cabalgar cualquier verdad,

aunque esa verdad sea la luna.

Cómo me defiendo cuando insista en dominarme una...


IV El yo y su geografía

Dónde pongo la cintura que cargará con la mitad de mi noción de lado.

Qué cuartel de abajo podría controlar la otra mitad.

A qué distancia debe estar la soledad de la tristeza,

Y qué planeta existirá con muchedumbres

que no se conviertan con mi mente en morisquetas.

Qué magnitud tendrá en el temblor las diferencias...


V Primer intento de reparo

Qué ciencia será el mejor doctor.

Por dónde se pondrá su sol,

Y cómo se pondrá sus medias.

Qué valor hay que olvidar,

para poder llamarle a Dios el mal,

y a la muerte que no llega sinvergüenza.

Con qué color hay que pintar,

para curar el ojo atormentado

por el cristal con el que mira,

y lo pone como mierda.


VI Quitar relleno y rellenar

Tras cuál primera ley hay que buscarse,

para poner la vida en el segundo,

Y ese segundo sea su tribunal más grande.

Con qué sabor gigante hay que adobar la sangre,

Para que se levante entre los muertos.

Con qué fundo mi destierro,

¿con montañas de olas, o con truenos?


VII El yo desencuentro

Qué perfume hay que armar,

para derrotar al adefesio,

que exhala con fuelles en jadeos el fiel fuero,

del amar y desarmar.

Cuántas veces tengo que mirar,

para reconocerme en cada día con principio.

Cuántas veces tendré que alzar la vista

para llamarle a las luces que desfilan

vida mía y nada más...


VIII Eco

Cuánto hay que observar,

Y conspirar reparaciones,

Para llamar a este espejismo,

Sin usar metrallas ni canciones,

vida mía y nada más.